Ser víctima de bullying por homofobia durante su vida
escolar, llevó a Hernando Muñoz Sánchez a ser un reconocido activista LGBT de
Colombia. Uno de sus propósitos es lograr que otros niños no tengan que pasar
por lo que él vivió.
Hernando
Muñoz en la oficina que ocupa como vicedecano de la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad de Antioquia.
Lo
intentó todo. Fue un proceso largo, difícil y doloroso. Desde muy niño,
Hernando se sintió diferente. En el colegio, por ejemplo, le gustaba pasar más
tiempo con las niñas que con los niños, no jugaba fútbol, tenía la voz más
delgada que los demás y prefería participar en danzas, teatro o poesía que en
deportes.
Muy
temprano, y sin entender muy bien por qué, se dio cuenta de que esas
características eran motivo de burlas, rechazos y agresiones por parte de sus
compañeros. Cuando estaba en primaria, en el Colegio Nuestra Señora de las
Mercedes, en Bogotá, acostumbraban decirle que parecía una niña.
En ese
entonces, entre los años 70 y 80, esa violencia diaria era vista como “algo de
la edad; sin importancia”. El asunto, por suerte, no quedó ahí. Desde hace unos
años se llama bullying por homofobia y se sabe que además de
ser causa de un sufrimiento diario, tiene graves consecuencias para la vida.
Muchas
veces se sintió aislado y lloró con angustia porque no quería volver al
colegio. “Recuerdo que mi madrina me decía que no me sentara cruzando las
piernas como suelen hacerlo las mujeres, sino que lo hiciera con las piernas
abiertas. Y yo me preguntaba ¿por qué?”.
En
quinto de primaria le llamó la atención un niño del curso. Sentía mariposas en
el estómago cada vez que lo veía pero no sabía cómo se llamaba eso y jamás
habló del tema con alguien. Para bachillerato, su mamá
lo matriculó en un colegio militar, “pensando, quizás, en que allí aprendería a comportarme como los demás
niños”, recuerda Hernando.
Ese año
sucedió algo que se le quedaría grabado por el resto de su vida: un compañero
de apellido Becerra le dijo que no corriera de la manera en que lo hacía y le
mostró cómo corrían los hombres. Y lo intentó pero no funcionó. Al año siguiente, su mamá lo
pasó a una institución distrital donde una vez más se repitieron las burlas,
los señalamientos y la exclusión.
Por todo
esto, Hernando asumió muy joven que si no quería ser víctima de más insultos,
debía buscar la manera de “camuflarse” entre sus compañeros y de no ser “el
diferente” del curso. Empezó por hacer más deporte, continuó por imitar
el caminado de los otros niños y llegó hasta acudir a supuestas terapias médicas y “correctivas”.
Más de
una vez se preguntó si la causa de sentirse distinto a los demás, sería un
problema hormonal o genético. Para estar seguro, estando en bachillerato,
decidió hacerse un examen médico. Con el fin de reunir los 60 pesos que le
costaba, trabajó a escondidas de su familia como secretario de unos
canadienses. “Recuerdo el dolor que sentí el día que entré al laboratorio, un
lugar de paredes de baldosín blanco”. El resultado: todo en orden. Era un
hombre sano, común y corriente.
Cambiar
el color de los ojos
Saliendo
una tarde del colegio, Hernando caminó varias cuadras hasta llegar a una
óptica. Preguntó si había algún producto que cambiara el color de los ojos. Lo
hizo a raíz de que un hombre adulto lo había perseguido esa mañana y de que por
primera vez entendió que esa persona le atraía. Como varias veces le habían
dicho que tenía un lindo color de ojos, los vio como los responsables. Y entró
en crisis.
En el
proceso de intentar lograr ser como los demás, buscó
yerbas que lo “curaran” y comió ostras con aguacate para tener más hormonas
masculinas.
También consultó psiquiatras y psicólogos. Y la respuesta que le daban era que
intentara jugar fútbol o basquetbol. “Yo buscaba que me insistieran en que
podía cambiar y no que me dijeran que me aceptara como era”.
La
situación llegó a ser tan difícil que, en más de una oportunidad, contempló el
suicidio. “De hecho, intenté cortarme las venas, pero lo hice con el suficiente
cuidado para saber que no me pasaría nada pero que sí llamaría la atención”.
Para
completar, en plena adolescencia, uno de sus
hermanos salió del clóset y a su mamá le afectó mucho la noticia. Aunque su familia en el fondo
lo temía, Hernando no tenía entre sus planes anunciarles que no era uno sino
dos los hijos homosexuales. “Quizás yo me veía reflejado en él cuando aceptó
abiertamente ser gay y pasamos por situaciones muy difíciles de peleas y
discusiones”.
El paso
a seguir fue acudir a ayuda divina. El 4 de mayo de 1976, cuando tenía 14 años,
una amiga de la infancia lo invitó a una reunión de un grupo cristiano. Desde
entonces empezó a frecuentarlo. Ahí se sentía protegido y alimentaba
la esperanza de que Dios lo salvaría y algún día sería como los demás hombres.
Duró
varios años estudiando la Biblia una hora al día. Y aunque la atracción por las
personas de su mismo sexo seguía intacta, hacía todo lo posible por negarla
hasta que por momentos desaparecía.
Vivía en
una lucha diaria. Masturbarse pensando en un hombre
lo hacía sentir el ser más perverso del mundo. “Era una época de encuentros
sexuales a la carrera. Con un chico del grupo cristiano a veces nos acostábamos
pero no pasaba nada más allá de tocarnos, pero siempre con sentimientos de
culpa y dolor”.
Los
líderes espirituales del grupo le decían que tenía que sanarse interiormente.
Fue entonces cuando vinieron los llamados exorcismos o la “liberación de
espíritus” para sacarle, sin resultado alguno, los “demonios” que lo inducían a
ser gay.
Cuando
terminó su primer pregrado en Licenciatura en Administración Educativa en la
Universidad de La Sabana en Bogotá, viajó a Medellín para desempeñarse como
administrador del Seminario Bíblico de Colombia.
La meta:
ser heterosexual
Con la
convicción de que Dios lo amaba a él pero no a su homosexualidad, supo que
tenía que ayudarse aún más. “Hasta muy tarde en mi vida me esforcé por cambiar,
por ser como los demás”. En otras palabras: por ser heterosexual. Intentó tener
una novia. Se iba a casar, pero finalmente no lo hizo.
También viajó a
Estados Unidos a someterse a una terapia que prometía ayudarlo. “Era como una especie de
Alcohólicos Anónimos. Funcionaba a través de un paso a paso para dejar atrás
esa enfermedad, pecado o adicción mediante la liberación de espíritus, ayuno y
estudio bíblico”. Por supuesto, los espíritus continuaron en su lugar, así como
la atracción por las personas de su mismo sexo.
De
hecho, estando radicado en Medellín, viajó a Bogotá y una noche tuvo una relación
sexual con un hombre. Fue una situación muy dolorosa que lo llevó a contarles
lo sucedido a sus colegas del grupo cristiano. Ellos le
sugirieron entrar en un proceso disciplinario de tres meses en Quito, Ecuador.
Estando
allá, un día se preguntó: “¿en qué estoy yo?” Y empezó un proceso de ruptura
con la culpa. “Hasta aquí llegué yo”, dijo. Haber luchado hasta el cansancio
para ser heterosexual y reconocer que no lo era, lo llevó en 1993 a decir “no
más”. Lo había intentado todo, ¡qué más podía hacer!
Pasaron
tres meses de duelo y con el tiempo fue entendiendo que no tenía nada de malo
ser homosexual:se reconoció como un ser humano como cualquier otro. Desde entonces su lucha cambió
de rumbo y empezó a trabajar por la inclusión de las personas LGBT. Y con mayor
razón, cuando se enteró de que había muchas más personas cristianas gais.
Algunas, incluso, le propusieron ser el pastor de los LGBT en Colombia.
“Yo dije
que no. Le agradezco a la vida el tiempo de formación en el grupo porque me dio
bases académicas, aprendí a ser disciplinado y a
ser un buen docente y conferencista, pero no quería saber nada más del tema”.
Vino
entonces la entrada al mundo gay. “Un mundo que me golpeó y que me cuestionó.
Cuando fui por primera vez a un lugar gay, casi me muero. Me dio dolor de
estómago y casi vomito del susto de estar ahí”.
Posteriormente,
y durante cinco años, su casa fue sede de encuentros con personas gais, en los
que reflexionaban sobre temas de pareja, sociales o políticos. Para mucha
gente, esas reuniones fueron la oportunidad de salir del clóset, para
decir: “hay otros como yo, no soy tan raro como creía”. “Me negaba a creer que el mudo
gay fuera solamente sexo, drogas y rumba. Yo soy un hombre homosexual pero no
por eso tengo que ser puto, promiscuo o drogo”.
Hernando
Muñoz en algunas de sus actividades como activista LGBT y educador en temas de
diversidad sexual y de géneros. Foto: Archivo particular.
La hora
del matrimonio
Cortar
con el grupo cristiano no fue impedimento para que en octubre de 1995 Hernando
se casara de manera simbólica en una iglesia en Houston (Estados Unidos) con el
único hombre con el que hasta el momento ha tenido una relación larga.
Estuvieron
juntos hasta 2001, año en que Hernando se fue a estudiar una maestría a España.
La relación se deterioró porque él empezó a ser reconocido
públicamente como un hombre gay que denunciaba las discriminaciones. “Decidimos ponerle punto final a
la unión porque a Carlos no le interesaba eso”.
Esa no
fue la única vez que Hernando estuvo casado. En 1997, una pareja de mujeres que
había conocido en un encuentro del grupo Discípulo Amado en Bogotá, estaba en
dificultades. Una de ellas era de Bucaramanga y la otra de Argentina y, esta
última, tenía que irse de Colombia porque su visa estaba a punto de vencer.
“Me casé
con ella en abril de ese año para que pudiera quedarse con su
pareja. Me
parecía injusto que se tuviera que ir”. A los dos años, cuando ellas ya estaban
organizadas en Bucaramanga, se divorciaron.
Hernando
sabe que habría podido quedarse en España, pero desde que pisó Barcelona tenía
muy claro que regresaría a Colombia. Lo esperaban el activismo por los
derechos de las personas LGBT y el trabajo para transformar los imaginarios y prejuicios que aún
existen sobre esta población. “Sabía que volvería porque hay cosas por hacer en
este país y decidí que quiero estar aquí”.
“Cuando
regresé, empezamos a hacer un activismo que no consistía en salir a la calle a
besarnos enfrente de todos, sino que buscaba informar respetando siempre al
otro. Comprendíamos que muchas veces la gente no entendiera de qué le
hablábamos porque finalmente había crecido con una mirada del mundo permeada
por la religión y la ideología conservadora”.
Desde
entonces, Hernando le apuesta a un movimiento LGBT donde sea posible mostrar
otras visiones de lo que significa ser un hombre gay o una mujer lesbiana sin
necesidad de insultar o pelear con los demás.
“Hay que
entender a esa persona a la que toda la vida le han dicho que la población LGBT
es asquerosa y sucia. Se requiere un proceso. A mí me molesta ese activismo
de agredir o de decir que las personas heterosexuales son lo peor”.
Entre
sus grandes retos está poner en primer plano el bullying por homofobia y lograr que
organizaciones estatales e instituciones educativas le presten la atención que
el tema merece.
“Un
estado laico que se precia de incluyente y democrático debe promover el respeto
por la diferencia, incluido lo que significa ser LGBT. No hablo de tolerancia
porque esto es como si los heterosexuales estuvieran por encima de las personas
LGBT, sino de respeto”.
Para
Hernando, el tema de la sexualidad, incluida la diversidad sexual y de géneros,
debería formar parte de los currículos universitarios de formación docente. “Es
necesario abordar la sexualidad desde una perspectiva de derechos, dejando a un
lado la religión y
las creencias de cada quien, para buscar el bien común. Hay que capacitar a los
maestros y darles herramientas”.
A sus 51
años y como vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de
Antioquia, en Medellín, Hernando no practica ninguna religión. “Creo que es lo
peor que le puede pasar a cualquier ser humano y, con mayor razón, a aquellos
con alguna diferencia”. Ahora solamente quiere ser feliz. Sufrió tanto para
entender que podía serlo que por ahora no le interesa nada más.
Su
historia
Una de
las prioridades de Hernando Muñoz ha sido la formación de docentes en temas de
diversidad sexual y de géneros. Foto: archivo particular.
Hernando
Muñoz Sánchez nació en Bogotá (Colombia) en 1962. En esta ciudad estudió
primaria, bachillerato y su primer pregrado. Tiene seis hermanos: él es el
cuarto entre cinco hombres y una mujer. Sus papás se separaron cuando él tenía
tres años, así que creció con su mamá y, la figura paterna, la asumió su
hermano mayor.
“Recuerdo
haber visto a mi papá una vez en la vida. Él era odontólogo y vivía en Pitalito
(Huila). Mi mamá tuvo que demandarlo por alimentos porque no respondía por
nosotros y, en uno de los viajes que ella hizo para encontrarse con él, fuimos
todos. Ahora pienso que quizás lo planeó a manera de amenaza para decirle: ‘o
usted responde por sus hijos o se los dejo a todos’. Yo tenía cinco o seis años
y cuando lo vi le dije que no quería que fuera mi papá porque nos había
dejado. Él fue
a darme un dinero al momento de la despedida y yo se lo tiré a los pies”.
“No
recuerdo haber salido a la calle a jugar fútbol o escondidas tal como lo
hicieron mis hermanos. Siempre tuve una posición de adulto. Hacía otras cosas.
Pasaba mucho tiempo en la casa pero tampoco viendo televisión, no me gustaba”.
Desde
hace varios años, ninguno de los miembros de su familia, incluida su mamá, vive
en el país. Están repartidos entre Estados Unidos y Canadá. Entre las conversaciones
que más recuerda haber sostenido con su mamá fue una cuando ella viajó a
Medellín a visitarlo. “Me dijo que le habría gustado
tener nietos míos”.
Hernando
es licenciado en Administración Educativa, profesional en Trabajo Social,
especialista en familia, en investigación social, magister en cooperación y
desarrollo y candidato a doctor en género. También es miembro de la junta
directiva de la organización Colombia Diversa y activista en temas de género,
especialmente en masculinidades. Es vicedecano de la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad de Antioquia, está radicado en Medellín desde hace
25 años y quiere hacer política más adelante, quizás desde el concejo de esta
ciudad.
Así lo ven los demás…
Por Mercedes Blandón
Empleada del servicio doméstico
de Hernando desde 2003.
Cuando
conocí a don Hernando, no sabía que era homosexual. Igual, no tengo
“perjuicios” con estas personas. Para mí son normales, comunes y corrientes.
Hay unos que se van por el camino equivocado, como pasa con cualquier persona
sea o no homosexual. Hay quienes piensan que por ser homosexuales, son seres
perversos, pero yo digo que hay unos que no son homosexuales y sí tienen su
lado oscuro.
En mi
familia saben que don Hernando es homosexual y no tienen problema con que yo
trabaje para él. Incluso, cuando él está hablando por televisión yo los llamo
para que lo vean. Yo tengo un cuñado que es homosexual -nosotros lo sabemos
aunque él nunca nos lo ha dicho- y es una calidad de persona.
Rechazo
a quienes piensan que porque alguien es homosexual no tiene derechos ni
oportunidades o a quienes creen que el hombre tiene que casarse con una mujer,
por tradición, sintiendo otro apetito sexual.
Para
mí lo interesante de un patrón es que tenga la calidad humana de don Hernando. Y desde que llegué a trabajar
con él me sentí bien. A pesar de que sí tengo muchos “perjuicios” con los
“rolos” (las personas de Bogotá), de que son miserables, tacaños y racistas,
con don Hernando fue diferente. Es un patrón que no lo ve a uno a un lado y él
al otro y únicamente se acerca a uno cuando necesita algo. Cuando le digo a mi
marido que voy a trabajar a la casa de él, me dice: “hoy seguro venís tarde”.
Por Mary Guinn Delaney
Asesora Oficina Regional de
Educación para América Latina y el Caribe – UNESCO.
Conocí a
Hernando vía correo electrónico por otros colegas latinoamericanos durante
2009, y personalmente, en la Consulta Técnica Global sobre Bullying Homofóbico en el Ámbito
Escolar que la UNESCO organizó en Rio de Janeiro en diciembre de 2010. Mi
primera impresión de él fue de una persona muy seria, comprometida con la
academia y el activismo.
Hernando
es bastante formal al principio pero cuando entra en confianza se relaja para
compartir sus preocupaciones y triunfos. Cuando sabe, opina, argumenta y
convence. Cuando no, pregunta. Profesionalmente es capaz de mostrar un liderazgo que realmente
hace falta: el de un académico que sabe de qué habla y el de un activista
comprometido, experimentado y pragmático que sabe dónde y cómo hay que hablar
sin asustar ni ofender.
Esa
combinación no se ve con frecuencia y es muy importante para poder abordar
temas sensibles que a veces encuentran resistencia entre profesores,
autoridades y políticos.
Por Lucía González
Directora del Museo Casa de la
Memoria en Medellín y amiga de Hernando.
Hernando
trabajó conmigo hace más o menos 20 años en la ONG Presencia Colombo Suiza, que
busca garantizarles mayores oportunidades a niños y jóvenes de comunidades
marginadas. Lo llamé para que asumiera la Dirección de Juventudes.
Es una
persona con una amplia formación en temas LGBT, educación y familia que nos
ayudó a comprender mejor las nuevas formas de familia que van más allá de la
tradicional conformada por papá, mamá e hijos.
Recuerdo
que un día los integrantes de la junta directiva preguntaron: “¿cómo así que el
señor que dirige juventudes es homosexual?” Logré defender la permanencia de
Hernando porque tengo muy claro que el abuso a
menores no depende de una orientación sexual sino de una ética que debe estar en cualquier
orientación sexual.
Les respondí:
“¿ustedes están seguros de que ninguno de sus hijos es homosexual?”
Posteriormente cada uno de los integrantes me fue llamando para preguntarme:
“¿cómo sabe uno si su hijo es o no homosexual?”
Hernando
lleva a cabo un trabajo muy importante para que el bullying por homofobia que él vivió,
no lo sufran más personas. No es lo mismo hablar desde la
teoría que desde una experiencia personal tan dolorosa y difícil. Estuvo sujeto,
además, a esos paradigmas de que hay salvarse de ser homosexual y de que a través
de la religión podría volver al camino recto.
Otra
tarea muy valiosa que ha adelantado, además de la de activista por la igualdad
de derechos e inclusión de las personas LGBT, es la de formar en estos temas a
maestros, integrantes de la fuerza pública y al público en general a través de
los medios de comunicación.
También
lleva a cabo un trabajo muy importante en nuevas masculinidades. Esta es una
sociedad donde lo masculino se convierte en una tragedia, no solamente por la
violencia contra las mujeres, sino porque el proyecto masculino los ahorca a
ellos mismos: los condena a la guerra, a ser proveedores y a ser machos.
Hernando asume un
costo muy alto que es el de la visibilidad: jugarse la vida para que a otros no
los maltraten. Los
temas que aborda son sensibles y causan resistencia, pero a él le gusta que más
gente aprenda al respecto. Además, tiene la capacidad de adaptarse a diferentes
públicos.
Es una
persona con una alta coherencia y una gran capacidad de defender sus ideas en
el escenario que sea. La academia lo valora y lo respeta. Es también muy
generoso porque no le pagan por casi ningún trabajo que hace. Es una vocación
que incluso le ha causado enemigos porque hay personas LGBT que creen que
recibe millones por eso.
He
aprendido de él la generosidad con la que comparte su conocimiento, así como la
coherencia en las ideas y a no tenerle miedo a decir lo que se piensa. No es
una persona de rodeos, siempre es muy claro y es un excelente amigo.
También
le admiro que no ha dejado de estudiar. Es fácil que alguien encuentre un lugar
en la sociedad y allí se quede, pero Hernando siempre se está actualizando y
poniéndose al día.
Puede
parecer arrogante pero no lo es. Aquellas personas que tienen mucha claridad en
lo que dicen y lo expresan de manera contundente suelen parecerlo, pero es un
hombre que escucha y aprende de los demás.
Fuente: http://sentiido.com/ser-homosexual-y-ser-feliz/
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